"A solas con mis notas, el corazón me late fuertemente y las lágrimas fluyen a raudales de mis ojos".
Giuseppe Verdi

domingo, 1 de febrero de 2009

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Cumplesiglos de Mendelssohn


Imagina:

Europa, principios del S.XIX. Romanticismo. A sufrir.
Chopin suspiraba, Schubert languidecía, Schumann deliraba,… pero Mendelssohn era feliz.



La felicidad no es en absoluto una característica del artista romántico; es más, a principios del Siglo XIX más artista eras cuanto más sufrimiento volcabas en un tu atormentada obra, reflejo de una realidad que te hundía en un dolor que iba más allá de lo insoportable. Por eso nos sorprende la luminosidad de la música de Mendelssonh.


Hijo de un próspero banquero judío y de una pianista muy entendida en literatura y arte, Félix era un chico culto de la alta sociedad, bien plantado, buen jinete y nadador. De sufrir, nada.



Mendelssohn fue un niño prodigio y a los 17 años ya era un gran maestro. A los 15 años su maestro Zelter le dijo : “No tengo nada más que enseñarte”. Él y su hermana Fanny, habían seguido la disciplina que era habitual en la familia y estudiaban desde la madrugada hasta las últimas horas de las tarde. Su hermana llegó también a ser una gran pianista, pero la educación de la época la condenó a ser sólo una buena esposa y ama de casa, antes que una afamada concertista como Félix.

Recorrió Europa dando conciertos y gozando de sus paisajes y su arte; de esos viajes surgieron obras como la Sinfonía Escocesa y la Italiana, de maravilloso optimismo. Un virtuoso del piano que no rumiaba sus desengaños amorosos con la desesperación de Chopin o Schubert, pero que conseguía en sus Romanzas sin palabras (cuyas partituras estaban encima de todos los pianos de cualquier salón burgués), expresar el más delicado cariño y la más tierna dulzura.




Fue un trabajador infatigable y muy amigo de sus amigos, como por ejemplo de Robert Schumann y su esposa Clara, que trabajaron con él en el Conservatorio de Leipzig. Él siempre se portó muy bien con ellos, y aunque durante una temporada a Schumann se le metió en la cabeza que entre su esposa y Mendelssohn había algo más, el “peculiar” compositor lloró amargamente la repentina muerte de su amigo, fruto del deterioro que su salud sufrió tras la muerte de su querida hermana Fanny. La ciudad de Leipzig quedó sumida en el dolor por la muerte del maestro.


A Mendelssohn no le debemos sólo el legado de su música. Director durante 10 años del Conservatorio de la ciudad en la que Juan Sebastián Bach trabajó durante mucho tiempo, fue el artífice de su redescubrimiento rescatándolo del olvido en el que injustamente había sido sepultado dirigiendo la interpretación de la Pasión según San Mateo.

La música de Mendelssohn es luminosa, cosmopolita. Él fue un urbanita culto y brillante. Todo el mundo le admiraba, tenía gran atractivo para las mujeres (“ no hago más que coquetear” solía decir), no protagonizó ningún escándalo y se casó muy enamorado de su bella y joven esposa. Vivió 38 felices años. También la alegría enriquece el arte.

Aunque ya has escuchado a Mendelssohn muchas veces (sí, no pongas caras raras: lo has escuchado en esas películas americanas en las que la boda siempre empieza con la obertura del Sueño de una noche de verano como marcha nupcial), si quieres disfrutar un poquito más de su música te recomiendo que escuches el Concierto para violín, la Sinfonía Italiana (mi favorita, el primer tiempo está en Baquetas Alocadas del 2 de Enero) y sus Romanzas sin palabras. Seguro que después de estas obras, el cuerpo te pedirá más.

Este 3 de febrero cumpliría 200 años.

Felicidades, señor Mendelssohn. Y gracias.




Danza de los payasos del Sueño de una noche de verano

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